miércoles, 22 de marzo de 2017

Flamenco Juana la Macarrona Sevilla


Biografía:

Juana Vargas, Juana la Macarrona (Jerez de la Frontera (Cádiz), 1870/ Sevilla, 1947). Bailaora Figura capital en la etapa de esplendor de los cafés cantantes. Descendiente de Tío Juan y Tío Vicente Macarrón. La tradición flamenca debió estar muy presente en la familia en sucesivas generaciones, porque ya vieja manifestaba Juana que bailaoras habían sido todas las mujeres de la misma. Según Pineda Novo en su biografía de la bailaora su padre Juan de Vargas fue guitarrista -hijo a su vez de un cantaor-, y su madre Ramona de las Heras cantaora. Y Juan de la Plata transmite datos de sus comienzos niña aún: "Aún no tenía Juana los siete años cumplidos, cuando ya sus padres la exhibían por Jerez, bailando prodigiosamente sobre una mesa. Delante de los tabancos y en cualquier lugar, donde hubiese más de tres personas reunidas, solía montarse la función. La madre cantaba, el padre acompañaba con la guitarra y Juana, la pequeña Juana, morenita como la canela, bailaba salerosamente. Luego, a pasar la bandeja". Una noche la vio bailar en una fiesta Fernando Ortega el Mezcle, quien logró que la contrataran para el malagueño Café de las Siete Revueltas, en el que estuvo dos años, "cobrando tóo los días" según ella misma decía. Después se fue a trabajar a Barcelona. Volvió la Macarrona a Sevilla cuando ya era una mocita de dieciséis años, y el primer lugar en que la contratan es nada menos que el Café de Silverio; de allí pasó al Burrero. Tales triunfos le valen un contrato para Madrid, donde actúa con éxito en el Café Romero de la calle de Atocha, del que es empresario un cuñado del torero Mazzantini. Y vuelve al Burrero sevillano, ya célebre en toda España. Y fuera de España, porque en 1889 la llaman para bailar en París, donde la vio un entusiasmado shah de Persia. Juana la Macarrona era ya una institución en los cafés cantantes. Para muchos, estudiosos y artistas, nunca hubo otra como ella. Fernando el de Triana escribió: "Ésta es la que hace muchos años reina en el arte de bailar flamenco, porque la dotó Dios de todo lo necesario para que así sea: cara gitana, figura escultural, flexibilidad en el cuerpo, gracia en sus movimientos y contorsiones, sencillamente inimitables. Cuando con su mantón de Manila y su bata de cola sale bailando y hace después de unos desplantes la parada en firme para entrar en falseta, queda la cola de su bata por detrás en matemática línea recta; y cuando en los diferentes pasos de dicha falseta tiene que dar una vuelta rápida con parada en firme, quedan sus pies suavemente reliados en la cola de su bata, semejando una preciosa escultura colocada sobre delicado pedestal". No menos expresivo se muestra Caballero Bonald ante el arte portentoso de esta mujer: "Juana Vargas, la Macarrona, como ya había hecho su antecesora Josefa Vargas, le injertó al baile una antiquísima fuerza emotiva, llena de feminidad y de gracia, como en las soleares de su creación. Todo lo que había en el interior de su cuerpo se le iba convirtiendo en una cadencia sensual y estática. Su expresividad era su misma sangre trastocada en figuras de ardiente y alado estupor. Y por la cintura, por los brazos, le subía el chorro de la danza, puro y volcánico, desde no se sabe qué hondos sedimentos, qué milenarias civilizaciones". En 1926, ya sexagenaria, rememoraba lo que había sido su vida en aquella etapa, lo que era la vida de las bailaoras del Café Cantante: "...Porque estas piernas mías que han sido de bronce, van siendo ya de alambre. Aquella Macarrona que se llevaba una semana de juerga, bailando, cantando y bebiendo, pasó a la historia. ¡Una ruina, hijo!". Y recordaba aquella baraja de mujeres que había en el Café del Burrero, cuando era en él reina y señora: las Coquineras, la Sorda, la Malena, Lola la Roteña, la Rita... Quería poner una academia de baile flamenco, para que no se acabara "nuestro arte" y para poder vivir ella, "que ya no estoy para aguantar juergas ni el cuerpo soporta vino y se va resistiendo a estar de pie 'por las madrugás'... Esto es para la gente joven. Y ahora no existe el peligro que había en mis tiempos. Hoy, con los vinos caros y los gustos de la gente, que no bebe más que perfumería, 'cotes', 'viskis', 'yemas', 'cuatro', 'permin', 'agua de sé' y 'nieve molía' no hay 'cuidao'. ¡Antes, antes! Aquellas reuniones del vino por cajas y las juergas de tres días sin salir del café, comiendo a pulso y durmiendo sobre la silla, ¡se acabaron! Yo no sé si eran otros hombres aquellos y otras mujeres nosotras. Lo cierto es que hoy, cuando una 'juerga' llega al día, ya está el 'señorito' levantando el campo y armando garata a la hora de la 'dolorosa'. Antiguamente se gastaban cien duros en vino y duraba la juerga tres días. Hoy, con las cosas caras que se comen y se beben, se gasta ese dinero en tres o cuatro horas, y ya está la juerga de luto..." Juana la Macarrona ganó una fortuna porque, en sus tiempos de esplendor, "el mundo se le había quedado chico para su fama de emperadora flamenca; que había sido aplaudida por las zares de Rusia, por reyes, príncipes, duques y gentes de todas las razas y de todos los colores; que había escuchado elogios en todos los idiomas de la tierra y que había rendido con su mirada y su duende gitano a cuantos hombres quedaron prendados de su cuerpo colosal y sublime". Pero como tantas y tantos del flamenco fue cigarra antes que hormiga. Pablillos de Valladolid vio a la Macarrona en el sevillano Café Novedades, donde la bailaora estuvo quince años sentando cátedra del mejor baile gitano: "Álzase de su silla con la majestuosa dignidad de una reina de Saba. Soberbiamente. Magníficamente. Sube los brazos sobre la cabeza como si fuese a bendecir el mundo (...) Grave, litúrgica, entreabre la boca sin brillo, y muestra sus dientes, rojizos como los de un lobo, tintos de sangre (...) Es como un pavo real, blanco, magnífico y soberbio. Sobre su cara de marfil ahumado, la blancura agresiva y sucia de sus ojos, y sobre su pelo negro y mate, se desmaya un clavel que cae rendido de estremecimientos en el redoble final de aquellos pies de maravilla calzados con zapatillas de carmín, como si hubiese un charco de sangre a sus pies. La gente permanece silenciosa y anhelante, con un fervor un poco religioso, mientras los pies de la Macarrona acompasan su baile. Los acordes de la guitarra tienen ahora un valor ínfimo. Porque la Macarrona baila a compás de su taconeo bárbaro. La Macarrona se transfigura. Su cara negra, áspera, de piel sucia, cruzada de sombras fugitivas, entre las que relampaguean los ojos y los dientes, se ilumina en la armonización de la línea del cuerpo. Es tan grande la belleza de la línea del cuerpo, que arrolla la fealdad de la cara". Antonia Mercé la Argentina, después de ver bailar a Juana la Macarrona por alegrías durante el Concurso de Granada de 1922, se arrodilló a sus pies, la descalzó y se llevó sus zapatos. La Macarrona trabajó mientras pudo, mal que bien. En 1926 hizo una gira con aquellos espectáculos de ópera flamenca de Vedrines. En 1935 iba en el espectáculo de la Argentinita Las calles de Cádiz, junto a otras dos viejas glorias del baile flamenco: la Malena y la Fernanda Antúnez. En su vejez la pintó Alfonso Grosso, con un clavel rojo en el pelo, zarcillos largos de corales y manto blanco cubriendo su pecho. En el declive, declaraba en una entrevista periodística: "De cormao en cormao, esperando un arma güena que quiera acordarse de que esiste er Flamenco. Ni en los cafés nos quieren ya, cuando hemos sío siempre las reinas der mundo". Los últimos años de su vida se refugió en la enseñanza para hacer frente a las penurias. 
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