jueves, 22 de diciembre de 2016

La Paquera de Jerez triunfa en Japón



La Paquera de Jerez triunfa en Japón :

La Paquera de Jerez triunfa en Japón. El público la aclama. La cantaora, a sus 67 años, alucina. Una película documental recoge la experiencia. 
Un viaje de arte en Tokio 
Daniel Gil. Tokio, enero de 2002 
Tokio. Domingo, 20 de enero de 2002. Escenario del Nuevo Teatro Nacional. "¡Paquera, Paquera, Paquera!", "¡Viva Jeres, viva Jeres!". La Paquera de Jerez concluye la última de sus cuatro actuaciones en la capital nipona. El público japonés, habitualmente frío y reservado, jalea a la cantaora. Puestos en pie, los espectadores, que casi llenan las 1.200 plazas del patio de butacas, se rompen las manos en una larga ovación. Es el punto culminante de una odisea de ocho días con origen y destino en Jerez que ha llevado a Japón por primera vez en sus cinco décadas de carrera profesional a Francisca Méndez Garrido, La Paquera de Jerez, de 67 años, uno de los últimos mitos vivos de la época dorada del cante flamenco. 
"Hay muchas luces, muchos edificios y mucha gente corriendo", acierta la cantaora a decir de Tokio. Esa noche, antes de emprender el viaje de vuelta a casa, a trece mil kilómetros de su apartamento en la playa gaditana de Rota, desde el que La Paquera deja pasar los largos meses de invierno y en el que se esconde del bullicio que trae el verano, se siente sobrepasada por una ciudad de doce millones de habitantes, que a sus ojos resulta apocalíptica, deshumanizada. De su memoria rescata una imagen con la que compara la de esta ciudad. "Me recuerda a la Puerta del Sol y la Gran Vía (de Madrid), con tantos luminosos". Se solapan las impresiones de la artista veterana y de la joven que, en los años sesenta, triunfaba en Madrid a razón de siete mil pesetas por noche. Ahora como entonces, sólo el público y un buen caché consiguen apartarla de Jerez, de su familia de pescaderos, su cama y su puchero. 
Cuarenta años antes, en 1962, Yoko Komatsubara era una joven japonesa, de clase acomodada, recién llegada a España para dar un giro a su vida tras caer enamorada del flamenco tres años antes, cuando vio bailar en su Tokio natal a Antonio Gades. La joven bailarina clásica quiere convertirse también en bailaora y, en su proceso de aprendizaje, conoce a Antonio Pulpón, el primer gran representante de artistas flamencos, que le da cobijo protector y la pasea por España para que conozca cante, baile y toque. Los mejores actúan en esa época en Madrid, en tablaos flamencos tan populares como Torres Bermejas, Los Canasteros, El Duende o El Corral de la Morería. En una de esas noches de inmersión en la exótica música que tanto la atrae, Yoko cae perdidamente enamorada de una voz de mujer. "Esto es verdadero flamenco", pensó Komatsubara cuando oyó cantar por primera vez a La Paquera. "Nunca he podido olvidar su cante". 
Aquel flechazo artístico fue el germen de esta aventura. "Me ha costado cuarenta años convencerla. Siempre se negó a venir tan lejos. Tengo mucha suerte. Todo Japón tiene hoy mucha suerte", afirma Komatsubara, incapaz de refrenar su satisfacción minutos antes de que La Paquera de Jerez debute en el Nuevo Teatro Nacional. Es viernes, 18 de enero. La de esta tarde es la primera de las cuatro actuaciones que la artista jerezana ofrece dentro del espectáculo de danza estrenado por Komatsubara, convertida cuatro décadas después en bailaora, coreógrafa y productora con compañía propia, una de las referencias imprescindibles del mundo del flamenco en Japón. 
Aeropuerto de Jerez. Martes, 15 de enero. La Paquera y su séquito llegan cargados de maletas y dispuestos a coger el primero de los tres vuelos que les llevarán hasta Tokio. "Yo voy a Japón a ganar dinerito", dice la cantaora, abrigada hasta el cuello con un pesado abrigo de piel y de muy buen humor dado lo intempestivo de la hora para una flamenca. En el pequeño aeródromo jerezano espera el equipo de rodaje de la película documental que el antropólogo y crítico flamenco Fernando González-Caballos, de 27 años, va a rodar sobre la figura de la artista y su odisea en Japón. Su título provisional, 'Sin ojaneta ninguna', hace referencia a aquella parte de algo que es desechable por carecer de valor, por falsa o mentirosa; algo que, para él, no ocurre con La Paquera: "Ella siempre lo da todo, siempre va por derecho". 
"Yo voy a Japón a ganar dinerito" 
La producción de González-Caballos y la empresa Flamenco Libre, independiente y de escaso presupuesto, cuenta en el equipo con dos jóvenes operadores de cámara muy experimentados en el documental: el francés Yvan Schreck, que ejerce también como realizador, y el sevillano Óscar Clemente. El currículo de ambos está cargado de puntos de interés. Schreck ha trabajado recientemente en otra cinta sobre el flamenco: la película de sus compatriotas Dominique Abel y Jean Yves Escoffier acerca de las Tres Mil Viviendas, la barriada más deprimida de Sevilla. Clemente ha sido premiado por su labor de realización en una película sobre la barcaza que cruza el río Guadalquivir a la altura de Coría del Río (Sevilla). Ambos trabajaron juntos en las innovadoras imágenes con las que el joven bailaor Israel Galván ilustró su espectáculo 'Metamorfosis', inspirado en el texto de Frank Kafka. 
El viaje a Japón es, para los tres, una aventura tan importante, atractiva e intimidatoria como para la propia Paquera. Además, temen el comportamiento de la cantaora, habitualmente reacia al contacto con cámaras y periodistas. El control de pasaportes y el embarque en el avión sirven para dibujar sonrisas optimistas en los jóvenes documentalistas. Para La Paquera ya son sus "sobrinos". La realización de la película busca mostrar la naturalidad y la frescura con la que ella se desenvuelve. Con un guión abierto, cámara al hombro y dispuestos a recoger lo que de imprevisible tiene la experiencia. Su intención, estrenar la cinta en el Festival del Cante de las Minas de La Unión, en Murcia, que este verano homenajeará a La Paquera. 
Durante el viaje, los tres jóvenes comprueban que el mundo gira alrededor de La Paquera mientras ella, impasible, acompaña el movimiento del planeta con alguna ocurrencia o con sentencias propias de su edad y su experiencia. "¡Ponte en Pamplona, que de tan cerca parezco el muñeco Michelín!" grita la jerezana a uno de los cámaras, que ha rebasado el límite mínimo de distancia para filmarla. Con la cantaora viaja un grupo de asistentes y familiares preocupados de que no le falte de nada. El guitarrista que la acompaña, su guitarrista, su 50%, es Manuel Fernández, Parrilla, de 56 años. Maestro del toque de Jerez. Los palmeros son su hermano Pepe, que hace las veces de agente personal, y su viejo amigo Anselmo de Jerez. También como palmero se estrena Pepito, de 15 años, el sobrino preferido de La Paquera. Y, para atenderla más y mejor, su cuñada Francisca, mujer de Pepe, y su amiga Curra, la vecina de Rota, que se apunta a un bombardeo. Ellos son la tribu de esta gitana pelirroja que celebra su atrevimiento aventurero con una copa y un cante en la zona de tránsitos del Aeropuerto del Prat. Los viajeros, incrédulos, giran la cabeza. "¡Si esto es un acontecimiento!", replica ella, "cincuenta años de artista y es la primera vez que voy a Japón. ¿Quién me iba a decir a mí que yo iba a ir tan lejos?". La odisea no ha hecho más que empezar. 
"¡Si esto es un acontecimiento! Cincuenta años de artista y es la primera vez que voy a Japón. ¿Quién me iba a decir a mí que yo iba a ir tan lejos?"  
Miércoles, 16 de enero. Siete de la tarde. Un grupo de españoles llega al lujoso hotel Keio Plaza Intercontinental de Tokio. Las veintiséis horas de viaje han hecho mella en La Paquera y su gente. La cantaora, que ya roza los setenta, no está para estos trotes. No es como cuando empezó, con apenas 18 años. Entonces recorría las plazas de toros de toda España con un espectáculo que se llamaba 'Así canta Jerez'. Su poderío, su capacidad física, su talento natural le permitían llevar su cante a los tendidos sin necesidad de micrófonos. Un derroche. El compositor Rafael de León le dijo en los cincuenta: "Tienes la voz para que te la cuiden y te la eduquen para cantar ópera pero, si te dejas, perderás la pureza del cante flamenco". Ahora, de vuelta de todo, sabe bien de qué habla. "Rocío Jurado es la más grande, pero no sabe cantar flamenco. Te lo digo yo, que soy La Paquera de Jerez". 
La cantaora aún conserva gran parte de aquel torrente. Todavía hoy, en los teatros, se sale de micro y emociona con su voz a pelo a cualquier audiencia. Su magnífico estado físico es directamente proporcional a los minuciosos cuidados que ella misma se procura. Duerme una barbaridad "ya sea aquí, en China o en Checoslovaquia", bromea su hermano Pepe. Él y el resto de la familia se preocupan de que la artista duerma, coma y beba cuándo, cómo y dónde ella quiera. A la llegada a Tokio se acostó a las diez de la noche y no se levantó hasta las cuatro de la tarde del día siguiente. Sólo se despertó dos veces. La primera, de madrugada, se comió todas las frutas de la cesta que encontró en la habitación. A media mañana, pidió huevos, panceta y cruasanes, dio buena cuenta de ellos y siguió durmiendo. 
La Paquera canta para Yoko Komatsubara en el nuevo Teatro Nacional de Tokio (Foto: Fernando González-Caballos) 
Viernes, 18 de enero. La Paquera calienta la voz en su camerino del Nuevo Teatro Nacional minutos antes de su debut. Su vozarrón resuena por los pasillos del teatro mientras la primera parte del espectáculo se desarrolla en escena. Toma un sorbito de whisky para preparar la garganta. Otro ejemplo de sus meticulosos cuidados: ese trago es el único alcohol que bebe 48 horas antes de una actuación. "Los excesos han acabado con muchos artistas". 
La meticulosa organización japonesa incluso ha previsto un camerino para el equipo de rodaje del documental. González- Caballos pretende utilizar la experiencia de La Paquera en Japón "para reflejar desde un punto de vista antropológico, alejado de los tópicos tradicionales, el choque cultural entre un mundo tan informal como el del flamenco y una sociedad tan organizada como la japonesa, en la que curiosamente se ha desarrollado un enorme mercado para esta expresión artística". Ese mercado ha dado origen en Japón, aparte de a la venta de discos, a la aparición de decenas de academias de baile, sobre todo en las grandes ciudades como Tokio u Osaka, tablaos y hasta talleres de fabricación de artículos de artesanía como trajes o zapatos de baile e instrumentos musicales. Según datos de la Universidad de Keio (Tokio), en 1996 existían en el país cien academias, quince tiendas especializadas y diez tablaos.
La noche anterior al estreno, La Paquera ha cenado con todo su grupo en uno de los tablaos de Tokio que sirven de salida profesional para jóvenes artistas españoles. Allí, los cantaores y bailaoras que intervienen en el espectáculo alucinan cuando la ven entrar. "Ostia, esa es La Paquera", se le escapa a alguno. "Hacía veinte años que no iba a un tablao. Me ha recordado a mi época en Madrid. Que barbaridad, hay que ver lo que se parece esto a Los Canasteros", dice nostálgica la cantaora. 
El debut de La Paquera en Tokio es un éxito. Será que, como dice ella, se transforma en los escenarios. El día ha sido para olvidar. La cantaora anda esa tarde contrariada y algo molesta. Tan lejos de su casa, el viaje ha empezado a depararle desagradables sorpresas. Por la mañana, durante la prueba de sonido, se enteró de que Komatsubara quiere que le cante para bailar. Su familia lo interpreta como una falta de respeto para una artista de su talla. Una primera figura del cante no actúa para el baile. Pero quien paga, manda. La Paquera cantará para que baile Yoko. Las dimensiones del teatro le desbordan, tan diferentes del pequeño edifico jerezano que añora. "Se pasa de grande. Cuando una llega al camerino, ya no le quedan ganas ni de cantar. En el Villamarta, en quince minutos estoy lista". 
No le falta razón. Durante el traslado hasta el Nuevo Teatro Nacional de Tokio, se vuelve a producir un pequeño incidente. El chófer que ha de conducirla hasta allí se despista y la deja en otro lugar. Durante unos minutos, La Paquera pasa un mal rato al pensar que no llegará a tiempo. Por suerte, uno de los cámaras consigue entenderse en inglés con un japonés que los conduce rápidamente hasta el teatro. "Ay que fatiguitas más grandes, Dios mío de mi alma. Po no que nos ha dejao el gachó en otro teatro. Que grande es esto picha. ¡Viva Tokio!" 
Tras la actuación, Komatsubara y su gente trasladan con prisas a La Paquera y a su séquito a los estudios del Canal 6 de televisión, la principal emisora privada del país. La artista será entrevistada en uno de los programas de mayor audiencia, presentado por el señor Chikushi. A la llegada al plató y tras una prueba de sonido, le informan de que deberá esperar dos horas para entrar en directo. Además, le piden que cante, algo que ella no tenía previsto. De momento, el grupo tiene la sensación de que los japoneses son más flamencos de lo que parecen. Son las doce de la noche. "¡Esto no es, Yoko! No he comio ná. Estoy seca. ¿Tú sabes lo que es seca, Yoko de mis carnes? Traerme un puchero, de Sevilla o de Jereh!", grita la cantaora, presa de la impotencia y el cansancio. Luego, ante las cámaras, se crece una vez más. Canta mejor incluso que en el teatro y vuelve locos a entrevistadores y traductora. En el control de realización, los japoneses se desesperan. La Paquera vuelve a hacer lo que quiere durante la entrevista y ésta dura más de lo previsto. A los técnicos casi no les da tiempo a meter la publicidad programada. Mientras, los jóvenes documentalistas se parten de risa al ver el lío que la protagonista de la película ha montado en el plató de televisión. "¿Has visto cómo han tenido que meter la publicidad?", le dice Óscar al director del documental. 

La Paquera y Yoko Komatsubara en el Canal 6 japonés (Foto: Fernando González-Caballos) 
Sábado, 19 de enero. La Paquera no se acomoda a los horarios de las representaciones, las dos y las seis de la tarde. "Eso de cantar a la hora de comer no me ha pasado nunca. Es que, cuando estoy a gustito para cantar, a partir de las once, ya están ellos en la cama". Yvan Schreck la sigue a todas horas con su cámara. "Cada vez que oigo cantar a tu hermana", le dice el francés a Pepe, "se me pone la piel de gallina. ¡Es increíble!". 
Lunes, 21 de enero. Once de la noche. La Paquera aterriza en Jerez. Rota por el cansancio, tras otras veintiséis horas de viaje, sólo acierta a planear: "Me voy a llevar tres días durmiendo. Na más me voy a levantar pa comer puchero". Durante la semana, la cantaora se ha mostrado agradable pero no muy animada. Algo taciturna. Dice la gente que ese es su carácter, huraño e introvertido, y que se transforma en escena. "Yo es que soy casera. Me gusta pasear, la vida relajada y tranquila", explica ella. Todavía en Tokio, antes de volver a España, se confiesa. Lleva un año medicándose contra la depresión que la asedia. Razones: su preocupación por la familia, que la tiene a ella como matriarca, y las dificultades para asimilar que pertenece a un mundo que ya no existe. Recuerda a aquellos que, durante treinta años, formaron parte de su vida en Madrid: "Terremoto, Farruco, Manolo Caracol, Bambino, Lola Flores, Antonio el Bailarín. Todos han muerto". 
El balance es agridulce. La Paquera, que se ha quedado con las ganas de conocer el Palacio Imperial, se muestra agobiada por el ritmo de vida al que se mueve Japón y estaba loca por volver a casa, pero el resultado artístico y el impacto de las actuaciones en Tokio han sido notables. Antes de partir, la cantaora concedió una entrevista a la revista japonesa de flamenco 'Paseo', con una tirada mensual de quince mil ejemplares. El reportero temblaba nervioso mientras hacía las preguntas. A su espalda, otra periodista lloraba emocionada. Pregunta obligada: "¿Volverá usted a Japón?". Respuesta flamenca: "Según me coja el cuerpo". 

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